Juan
de Garay afirma en el acta de fundación de la ciudad de Santa Fe
“asiéntola y puéblola con aditamento que todas las veces que
pareciere o se hallare otro asiento más conveniente y provechoso para
la perpetuidad, lo pueda hacer de acuerdo y parecer del Cabildo y
Justicia que en esta ciudad hubiere...”, de este modo el fundador
deja abierta la posibilidad de un traslado de la ciudad a un mejor
sitio, ya que él debió fundarla precipitadamente por rencillas
jurisdiccionales con el fundador de Córdoba, Jerónimo Luis de
Cabrera.
Las
causas de la mudanza se vinculan con diversos factores pero,
fundamentalmente, el motivo principal que atentaba contra la
existencia de la ciudad “encrucijada” fue el motivo económico,
planteado por ejemplo, en la sesión capitular del 3 de noviembre de
1651 cuando se afirmó que “en esta ciudad hay la menos plata y
comercio que nunca tuvo después de su fundación”. Una ciudad
pobre, sin recursos ni posibilidades inmediatas, carente de hasta de
los más elementales medios, tenía, forzosamente, que buscar otros
horizontes que impidieran la postración que podría acabarla. La única
solución consistía en lograr una mejor ubicación geográfica,
factor esencial para brindar el campo propicio al desarrollo del
comercio. Santa Fe era el paso obligado de la línea económica
Paraguay Tucumán
Perú, dada la imposibilidad de concretar la unión de estos
centros por el norte, con la desaparición sucesiva de las ciudades
levantadas con ese objeto. No quedaba otra alternativa que continuar
utilizando el camino del Paraná. De allí que cuanto más fácil
resultase la vía, mayor volumen alcanzaría el comercio y,
consecuentemente, las posibilidades de Santa Fe, hito ineludible en el
camino.
Cuando
los santafesinos hablan de los causas del traslado, generalmente se
hace referencia a que “la ciudad se inundaba” pero esta afirmación
requiere una aclaración. Juan de Garay asentó la ciudad en un albardón
que impedía que el agua de las crecientes llegara a la traza. Lo que
ocurría era que los frecuentes desbordamientos de los ríos que la
rodeaban hacían que la ciudad dejara de ser un centro de intercambio
y nudo de comunicaciones, los caminos de las inmediaciones se anegaban
y las carretas con los bueyes debían transitar leguas y leguas con el
barro y el agua hasta los ejes, provocando un esfuerzo demasiado
pesado hasta para esos grandes animales. Además, hay que agregar a
esto que ya desde esa temprana época la acción erosiva del río de
los Quiloazas carcomía la barranca provocado el derrumbe de varios
edificios, entre ellos la Parroquia de San Roque, a la que asistían
negros e indios.
Por
otro lado, la lógica hostilidad de los indígenas de los alrededores,
provoca inquietud en los vecinos. En febrero de 1625 una gran invasión
calchaquí asoló las estancias, robando ganado,
destruyendo sembradíos y poniendo sitio a la ciudad, incomunicándola,
de este modo, con Asunción y Buenos Aires. El sitio viejo de la
ciudad resultaba difícil de defender ya que podía ser atacado desde
tres puntos cardinales y estaba rodeado de montes enmarañados y
esteros que servían de protección a los aborígenes.
El
21 de abril de 1649 el cabildo trató el petitorio del procurador de
la ciudad Juan Gómez Recio sobre la mudanza de la población a otro
lugar, insistiendo en su solicitud el 24 de septiembre de ese año,
fecha en que se acordó buscar un emplazamiento cercano al río
Salado. El 5 de octubre de 1650 el Cabildo dispuso que se fuera a
elegir un sitio conveniente para la mudanza de la ciudad, el lugar
escogido resultó el “rincón de la estancia de Juan Lencinas”, 15
leguas más al sur. Este pago era estratégico desde el punto de vista
defensivo, ya que se encontraba en el vértice que forman el río
Salado y el riacho Santa Fe, que protegerían los lados este, sur y
oeste de la futura
ciudad: Santa Fe de la Vera Cruz. Sobre las causas que motivaron el
aditamento “de la Vera Cruz” no hay, hasta el momento, datos
precisos que expliquen su origen; por ello los historiadores defienden
distintas hipótesis.
En
la mudanza se respetaron los derechos de propiedad de los vecinos,
pues en el repartimiento de tierras se señaló a cada uno la misma
cantidad y traza que tenía en la ciudad vieja. A partir de 1651
comenzó el traslado. Ya a fines de este mismo año se había señalado
el ejido del futuro emplazamiento, gran parte de las tierras que lo
constituían habían sido donadas por el capitán Antonio de Vera
Muxica, que las regaló al Cabildo para que las repartiera entre los
pobladores.
En
1660 ya estaba asentada la nueva ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz,
pero ese año no constituyó la finalización de la mudanza, sino que
ese fue el momento en que sus autoridades - teniente de gobernador,
cabildo, cura vicario, real hacienda y restantes funcionarios- se
establecieron oficialmente en
el nuevo sitio.
A
pesar del traslado, el establecimiento de las fronteras entre el
espacio aborigen y el español no fue resuelto sino hasta fines del
siglo XIX, y lamentablemente en pleno siglo XXI debemos seguir
sufriendo los embates de los ríos Paraná y Salado.
...el
tiempo, en su lento transcurrir, fue cubriendo de tierra, vegetación
y olvido los restos de la antigua ciudad hasta esconderla
totalmente...
La
primitiva ciudad, que desde el momento del traslado, paso a ser
nombrada como Santa Fe la Vieja o pueblo viejo, fue totalmente
despoblada en 1670-1, cuando las familias que quedaban fueron
conminadas a abandonar el lugar. |
Desde
esa fecha, el tiempo, en su lento transcurrir, fue cubriendo de
tierra, vegetación y olvido los restos de la antigua ciudad hasta
esconderla totalmente, permaneciendo así casi tres siglos. Don Agustín
Zapata Gollán, a partir de 1949, puso a la luz sus ruinas tanto para
neófitos como para expertos, con quienes mantuvo, durante un tiempo,
discusiones sobre la autenticidad del lugar.
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Foto
satelital de Santa Fe
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