El
proyecto recrea el jardín y la huerta de la Casa de los Vera Muxica
en Santa Fe La Vieja, recurriendo
para ello a elementos del jardín árabe y del jardín europeo; y
permitiendo que los sentidos sean sorprendidos, además del color, por
las formas y el perfume de las plantas aromáticas, frutales y
ornamentales.
Los
jardines árabes de Asia y del Norte de África se inspiran en los
jardines persas. El jardín persa es un jardín cerrado de líneas
rectas, dividido en cuatro partes dispuestas en cruz, simbolizando los
4 ríos del paraíso terrenal (Nilo, Éufrates, Tigris, Indo) ocupando
el centro una fuente de agua. Las plantaciones en línea recta, los
trazos regulares, los cuatro elementos (agua, sombra, color, sonido),
la escala individual, la ausencia de escultura, caracterizaron los
jardines persas.
Los
árabes modificaron la estructura de base y dividieron el jardín en
ocho para representar las ocho partes del Corán.
En
la Alta y Baja Edad Media, los monjes cultivaban en sus huertos para
el propio sustento, frutas, hortalizas y plantas medicinales que
preparaban según viejas recetas, además de otras especies
ornamentales como rosas y azucenas.
El
jardín y la huerta en la casa de los Vera Muxica conviven en el
ámbito doméstico, con la floresta natural del entorno. Los espacios
se jerarquizan desde el acceso a la vivienda por el oeste, dando lugar
en primer término al jardín, que antecede al hábitat, y en donde se enseñorean los
jazmines, pero
permitiendo que los
naranjos presten su nombre, contribuyendo el perfume de las lavandas y
azahares, a anunciar el fin del duro invierno y la vecindad de la
primavera.
Traspuesta
la vivienda, se accede, al espacio de la familia, o traspatio
donde la intimidad debe ser resguardada. Para ello
están las higueras de frutos negros, colorados y blancos; las
dulces brevas , las manchosas granadas y los higos moros, cuando no
los propios higos chumbos junto a las sabrosas moras y a las
perfumadas guayabas y burucuyaes. Allí donde la explosión de
madreselvas y verbenas engalanan los espacios guarecidos, mientras que
las enredaderas trepando los muros de tapia, desbordan en un exceso de
generosidad hacia el vecindario, su floración y colorido sobre la
calle del ladero norte, donde el sol entibia en invierno y azota en
verano.
La
huerta, último espacio del solar que mira al este fluvial, añora
el mediterráneo, con los olivos, agrios y laureles, conectando la
cocina y el perchel. Y
las parras cuyas uvas, en tiempos de vendimia, aportan a la mesa y
construyen la fama del “vino de la costa”.
Las
escasas legumbres y hortalizas de la huerta junto a los cítricos,
duraznos y manzanas contribuyen no solamente a la economía familiar,
sino que posibilitan el intercambio con parientes y amigos,
constituyendo el secreto del éxito de las relaciones.
La
empalizada de cañas del límite
sureste del solar contiene la exuberancia de las hierbas y pastos de
la región, que en la época de floración asoman por el cerco;
sorprendiendo el intruso color silvestre, la disciplina del jardín árabe.
“las
manzanas de los pomares vascos, las higueras de la entrañable Galicia
y las primeras cepas de los viñedos riojanos”
Las
especies que se han seleccionado en general tienen un origen foráneo
propio de la España Mediterránea y de la España del Este, pero están
también “las manzanas de los pomares vascos, las higueras de la
entrañable Galicia y las primeras cepas de los viñedos riojanos”.
Algunas cuya antigüedad puede remontarse a los pueblos del Lejano
Oriente, a la misma Persia, Grecia y Asia Menor. La mayoría traídas
por los españoles, otras autóctonas; y otras en las que el uso
popular y la tradición han hecho llegar hasta nosotros, y que han
perdurado en la memoria colectiva, pese a las modas impuestas por las
condiciones de mercado, por sus propiedades alimenticias, terapéuticas,
aromáticas u ornamentales. |